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PRÓLOGO
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Decía
Tomás Muñoz Romero que la historia grande ha de hacerse
con las historias pequeñas. Que la suma de las historias
particulares forman la historia general. Pero las historias pequeñas,
locales, están en gran parte sin escribir y en muchos casos
no va a ser posible escribirlas porque se han perdido las huellas,
los papeles, la memoria.
Las guerras, la barbarie, hija de la incultura,
o simplemente la incuria de generaciones, ha destruido muchos archivos
municipales. Faltan pruebas escritas de muchos hechos históricos.
Un día sólo quedarán las piedras y los huesos
como testimonios del paso del hombre.
Se hace necesario reescribir la historia
desde el testimonio personal, desde el recuerdo, desde el relato
directo de los que lo vieron. No de otro modo precedieron Herodoto
o el Inca Garcilaso.
Y no otra cosa hicieron los costumbristas
sino contar con arte lo que tenían ante los ojos para que
lo conocieran los que hemos venido detrás. Así Mesonero,
así Larrea. Y así Hartzenbusch, otro artesano orgulloso
de su oficio, el de carpintero, que demostró no era en absoluto
incompatible con la creación literaria. La ebanistería
fue su ocupación hasta que le arrebató la fiebre del
periodismo. Así desafiaba el autor de los Amantes de Teruel
a los cultos de su tiempo:
La
tercia rima con trabajo acoplo.
Más fácil instrumento necesite
diestra que manejó mazo y escoplo.
Carlos
Ibáñez es sobrino-nieto, por línea paterna,
de aquel Antón el de los Cantares, don Antonio de Trueba.
Es posible que de esa ascendencia, de aquel poeta ingenuo y sentimental
que fue cronista del señorío y el primer costumbrista
vasco del Romanticismo (sólo seguido a bastante distancia
en el tiempo por Manuel Aranaz Castellanos, un bilbaíno injustamente
olvidado), le venga su vocación irrefrenable a este coplero
de hoy, y recopilador de estos valiosos materiales para la historia
de Barakaldo.
Es de agradecer el entusiasmo que pone en
su tarea y le permite dar a la imprenta el fruto de sus averiguaciones,
de estos sucesos pequeños en apariencia, pero que tienen
un gran valor para la historia de nuestro pueblo, pero sobre todo
un valor sentimental inestimable para los que hemos asistido de
alguna manera a esa evolución y a ese crecimiento urbano,
que nos toca de cerca en nuestra curiosidad y que nos ayudará
a amar más y más a nuestro pueblo querido: Barakaldo.
Gregorio
San Juan
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